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viernes, abril 05, 2013

Una metáfora azul

El azul siempre fue mi color favorito y tal vez hasta ayer no descubrí el por qué. Azul es el principio y el final, es la inmensidad, la nostalgia, el principio de la asfixia, el enemigo de los semáforos y el himno oficial de los ríos, mares y océanos. Es el que más trabajo nos da, porque siempre en un dibujo a mano alzada nos planteamos si colorear todo el cielo de azul con ese pobre lápiz, pero tambien el más agradecido, porque hace que dos ojos azules lo eclipsen todo... El marino aporta elegancia, el claro juventud, entre su infinito espectro relucen tantas tonalidades como segundos tiene un atardecer de primavera sobre aquel horizonte que no podemos olvidar porque sencillamente, lo hemos creado nosotros. Mi azul no es tu azul, es solamente azul, y a través de él, ves y a través de él, te veo y a través de él, nos ven, y a través de él, nos vemos. Hoy sólo pensaba en azul porque con azul me acosté y con azul me levanté y azul pensé todo el día de hoy. La cadena me persigue pero por momentos, consigo ser más rapido que ella y eso no sé si es bueno o malo, solo sé que es, que no es poco, porque saber qué es es mejor que no saber qué es y estar dentro de su ser encadenado, inconsciente y con unas paredes transparentes que, cada vez que te chocas contra ellas te hacen creer que es culpa tuya o lo estás soñando. Hay que saber elegir a quien lavar un cerebro, porque no todo el mundo lo tiene, o no lo tiene donde debería tenerlo, que no es lo mismo pero que es igual a esos efectos oportunos de la ambigüedad infinita que recorre el vacío de mi cráneo. Me quedan pocos días para volver a la ciudad que aún no se mide por parados sino por sonrisas, a la ciudad que pare otra ciudad de lonas rayadas cada año para condensar lo mejor y lo peor de sí misma en un intento de chauvinismo extrovertido, que parece contradictorio y que por supuesto lo es, como esta mi Sevilla de rosarios y borracheras, de metropoles y catedrales, de ateneos con sus consecuencias, de fríos y calores, de pequeños y blancos consulados de nuestra ciudad que por abril están en cada rama de un naranjo. Cuando vuelo a Sevilla, el avión tarda 10 minutos menos que cuando vuelve a Valencia, porque cierra sus ojos y viene directo por la ruta del adobo, de la cerveza bien fría, de la perenne sonrisa, del sol de media tarde y de sus noches infinitas en las que ni queremos ni podemos dormir con esos 25 grados que nos empujan a la calle para que sigamos siendo nosotros mismos. La semana que viene vuelvo por fin y aunque sé que hace mucho que no se ve el azul, estoy seguro que voy a ayudar a sacarlo de nuevo en el cielo, porque el azul que me gusta es el de Sevilla y por que sé de una fuente inagotable de azul de donde sacaré el lápiz para volver a colorear el cielo como cuando niños. El azul está ahi, en tu carácter, en tu mirada, en tus ojos...

Luna lunera

Quién me iba a decir a mi, luna lunera, que ibas a estar tan cerca. Quién me iba a decir que la luna no sólo da luz blanca sino que da una luz azul, una luz que hasta respeta a las sombras, porque es magistrada en empatía, simpatía y un infinito repertorio de virtudes que hacen describirte, luna lunera. Yo que te he hablado en tantos y tantos artículos, yo que buscaba en mis artículos anteriores la comprensión de tu luz, yo que he buscado en tí la inspiración, la vida, la muerte, las lagrimas, las sonrisas y todo aquello que se escapa del corto raciocinio del mundo y del largo raciocinio de los locos. Te busqué y esperé pacientemente a que la luna llena llegara, sin tener calendario, ni saber si volvería a llegar, pero una noche volvió a salir la luna e iluminó tanto que se volvió a hacer de día. Tanto poder de atracción tenía la luna, que los relojes se adelantaron una hora para que el mundo al despertarse pudiera despedirse de nuevo de la luna, y poder saludarla cada nueva noche. En esa infinita emisión mitad fotón y mitad ondulación, irradia valor añadido, despierta por la noche, no deja ni dormir, acaricia el alma, sonríe, siempre sonríe... ¡y eso que es la luna! La luna pinta de plata los mares como bien lo saben los gaditanos, iluminan al injusto impidiéndole actuar con alevosía al arropo de la noche, acompaña a los enamorados, adorna perfectamente la inmensidad infinita de purpurina, conduce la noche, invita al día y da los buenos días a la tarde, una y otra vez por siempre y para siempre. Un marinero en tierra se ahoga enseguida, pero una noche sin luna no respira y yo tengo demostrado que sin luna no me inspiro de la misma manera que cuando sólo me la imaginaba, como puede leerse en mis artículos anteriores, ni ahora que se me ha caido encima, quizas de tanto buscarla, quizás de tanto desearla, quizás de idealizarla. Pero que me quiten lo "bailao", porque hoy me acuesto mirándote desde la ventana con los ojos cerrados, porque tú mejor que nadie sabe que para ver bien a la luna hay que cerrar los ojos, y no porque la luna no sea bella, que lo es, sino porque su cara oculta es todavía más maravillosa, y de eso estoy convencido. Buenos días Luna, buenas noches, mundo. Voy a buscarte entre la inmensidad oscura gracias a tu camino de estrellas.